El ajedrez ha comenzado a ganar terreno como una actividad terapéutica prometedora para personas con enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson y el Alzheimer. Basado en estudios recientes, se sugiere que la práctica regular de este juego de estrategia puede ayudar a mitigar el deterioro cognitivo característico de estas condiciones. Cada vez son más las asociaciones de Parkinson y Alzheimer que están integrando el ajedrez dentro de sus programas, con evaluaciones en curso para observar sus efectos sobre la memoria y la concentración de los participantes.
Con más de 1.500 años de historia, el ajedrez tiene su origen en la India del siglo VI y ha evolucionado considerablemente a lo largo del tiempo, convirtiéndose en un juego accesible y popular en múltiples culturas. Su naturaleza intelectual requiere un esfuerzo mental sostenido, lo que lo hace más que un simple juego; es una actividad que demanda aprendizaje continuo para alcanzar niveles competitivos. Investigaciones anteriores ya habían explorado la conexión entre la práctica del ajedrez y las funciones cognitivas, identificando habilidades como la memoria, la atención y la planificación como elementos clave interrelacionados con el desarrollo de estrategias en el juego.
Un reciente metaanálisis sobre juegos de mesa tradicionales, donde se incluyeron partidas de ajedrez, ha revelado beneficios significativos en la prevención del deterioro cognitivo. El ajedrez, en particular, se destacó por su impacto positivo en la calidad de vida de los adultos mayores, lo que podría abrir el camino para su inclusión formal en terapias neurológicas.
Chesscul, una escuela especializada en la enseñanza del ajedrez en línea, ha tomado la iniciativa de desarrollar talleres específicos para personas con Alzheimer y Parkinson. Bajo la dirección de Alberto Toval, fisioterapeuta y ajedrecista profesional, estos talleres están diseñados para estimular la memoria y mejorar la concentración a través del aprendizaje estructurado del ajedrez. Las sesiones están adaptadas a las necesidades individuales de los participantes, comenzando con una introducción a las reglas básicas y progresando hacia ejercicios prácticos y partidas supervisadas.
Los testimonios recolectados de estas experiencias destacan una reducción significativa del estrés y la ansiedad, además de un efecto emocional positivo tanto en los pacientes como en sus cuidadores. Aunque la evidencia científica aún es insuficiente para certificar al ajedrez como una solución terapéutica definitiva, su papel en el fomento del bienestar emocional y la mejora de la calidad de vida es innegable.
Con el crecimiento en la adopción del ajedrez por parte de más asociaciones como parte de sus programas, existe la posibilidad de que se consolide como una práctica estándar de apoyo para quienes enfrentan los retos de enfermedades neurodegenerativas, contribuyendo a una vida más plena y gratificante.