En los últimos años se ha observado un incremento significativo en el consumo de bebidas energéticas tanto entre adolescentes como entre atletas. Este aumento se debe a la creencia generalizada de que estas bebidas pueden mejorar el rendimiento físico y cognitivo.
Sin embargo, con la reciente celebración de los Juegos Olímpicos de París 2024, el debate sobre el uso de suplementos legales para mejorar el rendimiento deportivo se ha intensificado. Investigaciones recientes han señalado que si bien el consumo de bebidas energéticas puede tener beneficios, también conlleva riesgos significativos que no deben pasarse por alto.
Entre los riesgos asociados al consumo de estas bebidas se encuentran problemas cardiovasculares, alteraciones del sueño, agravamiento de enfermedades mentales y dependencia fisiológica. La toxicidad potencial de las bebidas energéticas puede llevar a taquicardia, arritmias, vómitos, convulsiones e incluso la muerte.
Es importante destacar que estos riesgos pueden afectar a personas sanas, pero representan un peligro aún mayor para individuos de alto riesgo como mujeres embarazadas, personas sensibles a la cafeína, atletas de alto rendimiento y aquellos con enfermedades cardiovasculares previas. Además, aún no se comprenden completamente las consecuencias a largo plazo del consumo crónico de altas dosis de cafeína y taurina en niños, adolescentes y deportistas.
En el ámbito deportivo, la variabilidad genética juega un papel crucial en determinar si los efectos de las bebidas energéticas serán positivos o negativos. La capacidad de metabolizar la cafeína varía entre individuos, lo que puede influir en el rendimiento físico. No obstante, muchos atletas experimentan efectos adversos como nerviosismo y taquicardia, lo que señala la necesidad de más investigaciones en esta área.
Las discrepancias en los estudios sobre los efectos ergogénicos de la cafeína pueden atribuirse en parte a la variabilidad genética. La correlación entre el consumo de cafeína y el rendimiento atlético parece ser más evidente en algunos deportes que en otros, y se requiere más evidencia científica para confirmar su efectividad en disciplinas como el atletismo, fútbol, tenis y ciclismo.