La compañía Google ha dado un paso significativo en su estrategia de integrar la inteligencia artificial en todos los aspectos de nuestra vida, dirigéndose esta vez a un público muy joven. A partir de ahora, los menores de 13 años podrán acceder a su chatbot de IA, Gemini, directamente desde dispositivos Android, sin necesidad de consentimiento explícito de los padres.
Esta notificación ya está llegando a las familias a través de la app Family Link. Mientras Google promete que Gemini ayudará con los deberes, leerá cuentos y fomentará la creatividad, surge una pregunta relevante: ¿estamos dispuestos a permitir que esta IA asuma funciones que tradicionalmente han estado en manos de los padres y educadores?
El acceso a Gemini se activa de manera predeterminada, permitiendo que la IA interactúe con los menores sin supervisión directa. Aunque existen filtros para contenidos inapropiados, Google acepta que estos no son infalibles. Si bien los padres pueden desactivar la función, la responsabilidad de la vigilancia recae una vez más sobre las familias, no sobre la empresa que proporciona el servicio. La paradoja es evidente: se nos promete una herramienta educativa mientras se reconoce que puede fallar, confundir o mostrar contenido no adecuado para los niños.
La narrativa que rodea este despliegue posiciona a Gemini como un «aliado» en el aprendizaje, destinado a ayudar a padres ocupados y docentes sobrecargados. Sin embargo, el uso de una IA entrenada por una empresa con fines comerciales plantea múltiples preocupaciones. La falta de discusión pública y consenso educativo sobre su inclusión en el entorno infantil es alarmante.
Al considerar a Gemini un asistente escolar o un lector de cuentos, es fundamental cuestionar las implicaciones de permitir que una IA se convierta en una fuente confiable de información y apoyo emocional para los más jóvenes. La manera en que se ha introducido esta tecnología, sin transparencia y sin establecer límites, resulta inaceptable cuando se trata de menores.
Lo que está en juego va más allá de una nueva función de Google: se trata de quién educa, cómo lo hace y con qué valores. Si cedemos ante cada innovación sin cuestionar su impacto, pronto descubriremos que hemos delegado muchas de nuestras responsabilidades como padres y educadores, a menudo sin siquiera darnos cuenta.
Excluir la experiencia humana de la educación no es un simple avance tecnológico; es una transformación drástica de las dinámicas familiares y educativas. Aunque Gemini pueda narrar cuentos, no puede sustituir la conexión emocional y los matices de una interacción humana. Si bien la tecnología puede ser una herramienta valiosa, si comienza a reemplazar lo esencial sin nuestro consentimiento, la problemáticas no son de un futuro incierto, sino del presente que ya estamos enfrentando.
La crucial pregunta que debemos hacer es si estamos educando con tecnología o si, en realidad, estamos permitiendo que la tecnología eduque por nosotros. Esta es una respuesta que solo nosotros podemos proporcionar.