Barcelona, ciudad de luz y arquitectura deslumbrante, esconde entre sus calles historias que pocas guías turísticas se atreven a narrar. Detrás de las fachadas modernistas y el bullicio cosmopolita, se entrelazan relatos de sombras: desde una calle marcada por décadas de crímenes hasta una red de túneles subterráneos que conectaban los palacios medievales.
En el corazón del Eixample, la calle Aribau parece hoy una arteria más de la ciudad, pero su pasado violento la persigue incesantemente. Entre 2000 y 2003, tres asesinatos la convirtieron en un inquietante símbolo de la violencia urbana: un ciudadano marroquí abatido a tiros, un hombre muerto en el baño del after Tukasa y una pelea mortal en un bar. Sin embargo, la leyenda negra de Aribau se remonta mucho más atrás, a la posguerra, cuando fue conocida como la «avenida de las queridas», donde jóvenes mujeres acompañaban a hombres influyentes. Uno de los casos más célebres fue el de Carmen Broto, cuyo cuerpo apareció enterrado en un huerto de la calle Legalitat, un crimen que aún suscita numerosas teorías e interpretaciones.
Durante el día, Aribau es un hervidero de oficinas y terrazas, pero por la noche, los relatos sugieren que revela «una doble vida asombrosa», tal como escribió Carmen Laforet en su novela Nada. Aunque ahora no se la considera entre las calles más peligrosas—título que ha pasado al Raval—su nombre sigue evocando historias de un pasado que la ciudad no olvida.
Entrando en el barrio Gótico, encontramos otro secreto fascinante: una red de túneles romanos y medievales que serpentea bajo sus calles, conectando palacios, iglesias y refugios. Estos pasadizos, utilizados durante siglos para el contrabando, el espionaje e incluso rituales ocultos, permanecen en su mayoría inaccesibles hoy en día. Entre sus pasajes más enigmáticos se encuentra el que una vez unió el Palau Reial Major con la plaza del Rei, un camino de escape para nobles y mercaderes durante tiempos de asedios. Otros túneles, que corren bajo la calle d’Estruc, están vinculados a la brujería desde un triple crimen sucedido en 1909.
La Barcelona que rara vez nos muestran las postales combina no solo la belleza arquitectónica de Gaudí y las playas soleadas, sino también un trasfondo de morbo y tensión social. En el Raval, las calles Santa Paciá y Aurora son ahora focos de problemas relacionados con el narcotráfico y la prostitución. En Nou Barris, un reciente crimen que involucró múltiples puñaladas ha revivido viejos fantasmas de la violencia.
Ningún lugar resume mejor esta dicotomía que Aribau: una calle que, a pesar de su apariencia moderna, sigue siendo un relicario de secretos y sombras. Un vecino lo expresó de manera elocuente: «Barcelona tiene dos caras, y la más oscura siempre acaba asomando.» Así, la ciudad no se limita a ser lo que se ve; es también lo que susurra en voz baja, revelando un pasado que sigue vivo en cada rincón.