El micrófono de Carlos Alsina se convirtió en un bisturí afilado que diseccionó las contradicciones del Gobierno de Pedro Sánchez, quien defendió la reciente amnistía como un acto de «justicia social», a pesar de haberla calificado de inconstitucional semanas atrás. «Toda España sabe que Pedro Sánchez era contrario a la amnistía», afirmó Alsina, dejando en el aire una interrogante provocadora sobre qué había cambiado realmente.
El periodista puntualizó que, tras las elecciones del 23 de julio, el panorama político se tornó complicado para Sánchez. Según Alsina, «si hubiera sacado siete escaños más, no habría habido ni ley ni argumentario». De esta forma, la amnistía se presentó no como un acto de justicia, sino como una «necesidad parlamentaria urgente» para asegurar la investidura. La conclusión fue clara: lo que se vendió como un gesto de reconciliación nació de una transacción entre escaños.
Mientras el Gobierno insistía en el «espíritu de diálogo», el Tribunal Constitucional se abstenía de pronunciarse sobre el fondo de la cuestión. Alsina ironizó sobre la falta de evaluación por parte de los magistrados sobre la sinceridad de la exposición de motivos, subrayando que la norma beneficiaba directamente a quienes la aprobaron. «Todos saben cómo y por qué se fraguó», aseguró.
El análisis de Alsina también celebró las palabras del abogado de la Comisión Europea, quien destacó que la amnistía parecía más bien un «acuerdo político» que un interés general. Para Alsina, esto desmontaba el relato oficial y ponía al descubierto una realidad inquietante: el «triunfalismo contradictorio» del Ejecutivo, que presume de multilateralidad al tiempo que entabla negociaciones específicas con Cataluña. «Solo un gobierno autonómico está contento: justo el que ha pactado», añadió, señalando el descontento creciente en otras comunidades.
El periodista concluyó con una crítica punzante al galimatías institucional que envuelve estas negociaciones: «Bilateralidad, multilateralidad, ordinalidad…», palabras que, a su juicio, los ministros repiten como un mantra mientras intentan equilibrar las exigencias de Moncloa con las realidades de sus territorios. Así, su mensaje final fue un sarcasmo directo: «Gracias al Gobierno por hacer su trabajo», aunque insinuando que su motivación principal podría ser su propia supervivencia política.
Esta crónica de Alsina, sin ofrecer novedades impactantes, resalta lo que muchos ven hoy: una política escrita más con estrategias contingentes que con principios sólidos. Y lo que es más preocupante, ni siquiera Europa ha podido o querido disimularlo.

