La proliferación de palomas torcaces en las islas Baleares ha pasado de ser un problema cotidiano a convertirse en una grave emergencia. Aunque un simple gesto puede asustar a una sola paloma, la situación se complica cuando decenas invaden un cultivo. En un entorno donde estos pájaros disfrutan de suficiente alimento, agua y un hábitat protegido por la ausencia de depredadores naturales, su explosión demográfica está causando estragos en las cosechas, afectando los aeropuertos y llevando a las autoridades a implementar medidas extremas.
Desde el verano pasado, la crisis ha ido en aumento. Ibiza, por segundo año consecutivo, declaró en julio la emergencia cinegética, después de sufrir pérdidas millonarias en las cosechas y un incremento en las colisiones aéreas. Por su parte, Formentera ha decidido ampliar el periodo de caza para intentar cazar al menos 2.000 ejemplares, mientras que Mallorca mantiene un periodo extraordinario de caza activo desde junio.
Un portavoz del Consell de Formentera ha descrito a estas palomas como una plaga: «Se lo comen todo, como ratas». Antes visitantes esporádicos, las palomas torcaces se han adaptado tanto a la vida urbana como rural, lo que resulta devastador para el ecosistema agrícola. Según Jordi Muntaner, de la Sociedad Española de Ornitología, la combinación del cambio climático y la falta de depredadores ha acelerado su expansión. “Han colonizado pueblos y ciudades. Criaban en bosques, pero ahora prefieren los cultivos y hasta los tejados”, explica.
La situación es particularmente complicada para los agricultores. La sequía ha dejado los granos en un estado que les resulta especialmente atractivo a las palomas, y la ausencia de aves rapaces ha permitido que su población crezca sin control. “Antes las veíamos solo en invierno. Hoy viven aquí todo el año, y ya ni se asustan”, lamenta Joan Gaià, de la Unión de Pagesos de Mallorca.
Las medidas de contención, como redes o espantapájaros, han demostrado ser insuficientes. La caza se presenta como la única solución inmediata, aunque tiene sus limitaciones: “Han perdido valor cinegético porque hay demasiadas”, admite Gaià. Mientras tanto, los campos siguen perdiendo producción de trigo, uvas y olivos, y el archipiélago se encuentra en la búsqueda desesperada de un equilibrio entre la convivencia con estas aves y la supervivencia de su agricultura.