A ocho décadas de que la bomba atómica iluminara el cielo de Hiroshima, la humanidad sigue conviviendo con el temor nuclear. Akiko Takakura, una de las pocas supervivientes que aún comparte su experiencia, recuerda el devastador día en que la historia cambió, dejando más de 200,000 muertos y el inicio de la era nuclear. Hoy, el número de países con acceso a armas nucleares ha aumentado notablemente en comparación a la época de la Guerra Fría, cuando únicamente Estados Unidos poseía tal poder destructivo.
En total, nueve naciones han acumulado arsenales que podrían potencialmente destruir el planeta varias veces: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. La capacidad de destrucción de estos arsenales continúa siendo motivo de preocupación, especialmente con los últimos informes que indican que Rusia y Estados Unidos concentran el 90% de todas las cabezas nucleares existentes.
Las tensiones globales han resurgido, trasladando la amenaza nuclear de las páginas olvidadas de la historia a la actualidad. La guerra en Ucrania ha despertado temores renovados, con líderes como Vladimir Putin realizando amenazas sobre el uso de armas nucleares, lo que ha llevado a muchas personas a cuestionar su seguridad. Además, la complejidad del panorama actual, con múltiples actores y tensiones regionales, aumenta el peligro de una confrontación nuclear.
Los tratados de desarme, aunque han logrado reducir el número de armas nucleares desde los años 80, han fracasado en su objetivo de erradicarlas por completo. Las promesas de desarme continúan siendo ignoradas por las potencias nucleares, que consideran que tener estas armas es esencial para su seguridad.
A esto se suma la evolución tecnológica militar, que ha introducido nuevos desafíos, como misiles hipersónicos y sistemas de inteligencia artificial que podrían facilitar decisiones fatales en momentos de crisis, aumentando el riesgo de una respuesta nuclear sin tiempo para la reflexión.
El costo de mantener arsenales nucleares es desmesurado. En Estados Unidos, por ejemplo, el gasto anual supera los 50,000 millones de dólares, cifras que podrían haberse destinado a otras necesidades urgentes como la sanidad o la educación.
A pesar de la realidad sombría, las voces de los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki no se han apagado. Cada año, comparten sus historias con la esperanza de que el mundo no repita los errores del pasado. Aunque algunos líderes políticos han manifestado intenciones de reducir arsenales, el miedo a desarmarse persiste.
La amenaza nuclear no solo afecta a los países que la poseen; un intercambio nuclear regional podría tener consecuencias letales para millones de personas alrededor del mundo. La responsabilidad de manejar este poder devastador recae en un reducido grupo de líderes, quienes, en cualquier momento, podrían tomar la decisión más trascendental de la historia: desatar el fuego que una vez arrasó Hiroshima.
Mientras tanto, a nivel individual, hay oportunidades para involucrarse en campañas de desarme y crear conciencia sobre el peligro que las armas nucleares representan. La historia de Hiroshima y Nagasaki debería recordarnos que las armas nucleares son un peligro constante y que cada uno tiene un papel en el esfuerzo por un futuro sin ellas.