Un estudio liderado por investigadores de España ha confirmado la presencia de los primeros ‘Homo sapiens’ en el corazón de la Península Ibérica durante el Paleolítico superior, desafiando la idea de que ciertas áreas estaban deshabitadas durante la última glaciación. Este trabajo interdisciplinario, realizado en el yacimiento de la Malia en Tamajón, Guadalajara, contó con la colaboración del Instituto de Arqueología de Mérida (IAM), perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y el Laboratorio de Arqueobotánica del Instituto de Ciencias del Patrimonio (INCIPIT, CSIC).
Publicado en la prestigiosa revista ‘Science Advances’, este estudio liderado por Nohemi Sala del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana y Adrián Pablos de la Universidad Complutense de Madrid, arroja luz sobre cómo los primeros humanos modernos se asentaron y adaptaron en el suroeste de Europa. El análisis se centró en herramientas líticas, restos óseos y dataciones que indican una ocupación humana entre los 36.000 y 31.000 años en el nivel inferior, y entre los 27.000 y 25.000 años en el nivel superior.
El descubrimiento en la Malia no solo añade información al mapa arqueológico del área, sino que también revela estrategias de caza y recolección utilizadas por los grupos auriñacienses. A pesar de las duras condiciones climáticas de la época, las poblaciones humanas no alteraron su dieta ni sus tácticas de subsistencia, como lo demuestran los análisis de microvertebrados, polen, carbón y isótopos estables en fósiles de ungulados.
María Martín Seijo, investigadora del INCIPIT, CSIC, destacó que la consistencia en las estrategias de recolección de leña a lo largo del tiempo muestra la capacidad de adaptación de los primeros habitantes modernos en un territorio que, a pesar de los cambios climáticos, seguía ofreciendo recursos explotables.
En resumen, este estudio desmonta la antigua hipótesis de un ‘desierto interior’ durante el Paleolítico superior en la Península Ibérica, demostrando que los ‘Homo sapiens’ mantuvieron una presencia activa y continuada incluso en periodos de severas condiciones climáticas. Este hallazgo amplía nuestro entendimiento sobre la capacidad adaptativa de nuestros ancestros y sus habilidades para sobrevivir en entornos desafiantes.
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