El caos en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas se ha vuelto cotidiano, pero lo sucedido recientemente en la Terminal 4 superó los límites de la paciencia de miles de pasajeros. En una mañana marcada por largas colas, gritos y un palpable estrés, el control de pasaportes se convirtió en un verdadero laberinto para quienes intentaban tomar sus vuelos.
Un fallo técnico en los sistemas informáticos de la Policía Nacional, sumado a la llegada masiva de vuelos internacionales, desató un embotellamiento en las cabinas fronterizas. A pesar de que el Ministerio del Interior catalogó el episodio como un «incidente puntual» y destacó que había suficiente personal —30 agentes en 16 puestos—, muchos de los presentes vivieron un verdadero calvario. La normalidad, afirman las autoridades, se restableció hacia las tres de la tarde, pero los testimonios de los afectados cuentan una historia diferente.
Una pasajera recordó momentos de desesperación: «Había gente en situación de pánico», mientras que otros, abrumados, intentaron evadir el orden establecido. El ambiente se tornó aún más tenso, con algunos viajeros desmayándose y la Guardia Civil interviniendo para mantener el orden. En medio de este caos, maletas abandonadas y el llanto de niños añadieron un toque aún más dramático a la escena.
Juan Molas, presidente de la Mesa del Turismo, tildó la situación como un problema recurrente, declarando que «esto pasa todos los veranos». Aerolíneas y autoridades locales también se han quejado de la congestión crónica en Barajas, especialmente con la llegada del verano y el aumento de vuelos internacionales. A esto se suma el impacto del Brexit, que requiere un exhaustivo control de los pasaportes británicos.
La imagen que mejor describe el desastre no se encuentra en los informes oficiales; es la de un hombre agotado durmiendo frente a los mostradores de facturación. Sebastián Fest, un periodista que perdió su vuelo, tuiteó: «Son 9.000 pasajeros entre las 10.30 y las 13.30. El aeropuerto no lo soporta».
Mientras el Gobierno se aferra a la idea de que fue un evento aislado, la pregunta persiste: ¿cuántos más hacen falta para que el aeropuerto deje de ser un sinónimo de estrés para los viajeros? En lugar de mirar los paneles de salida con entusiasmo, muchos ahora lo hacen con temor e incertidumbre.