En cualquier rincón de la región, el panorama alimenticio es similar: estanterías repletas de galletas, bollería, refrescos, snacks, pizzas congeladas y platos precocinados. Estos productos, que durante mucho tiempo fueron considerados simple «capricho», han tomado un protagonismo significativo en la dieta diaria de las familias, debido a su comodidad y bajo costo. Sin embargo, un creciente número de investigaciones apunta a que el consumo de ultraprocesados podría tener serias implicaciones para la salud.
En los países con mayores ingresos, cerca del 50% de las compras alimentarias familiares son ultraprocesados, lo que significa que la mitad de lo que se consume en muchos hogares no son frutas o verduras, sino productos altamente industrializados. Este cambio en la dieta se ha visto impulsado por factores como horarios laborales exigentes, la falta de tiempo para cocinar y el incremento de los precios de los alimentos frescos.
La ciencia ha comenzado a ofrecer un panorama inquietante. Estudios recientes han revelado que el consumo elevado de ultraprocesados se asocia con un aumento en la obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión y problemas cardiovasculares. Un experimento significativo mostró que adultos que siguieron una dieta rica en ultraprocesados durante tres semanas experimentaron un aumento en el peso, alteraciones hormonales y una reducción en la calidad del esperma en los hombres, evidenciando que no solo la cantidad de alimentos consumidos es determinante, sino también la calidad.
Los ultraprocesados, que se distinguen de los alimentos frescos o simplemente procesados, suelen contener ingredientes refinados y aditivos que no se utilizan en la cocina tradicional, así como una vida útil prolongada. Ejemplos comunes incluyen refrescos, galletas rellenas, cereales azucarados y comidas rápidas congeladas.
A medida que se incrementa el consumo de estos productos, también se observa un aumento en el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y trastornos mentales, entre otros problemas de salud. La falta de actividad física, que contrasta con las décadas de los 80 y 90, donde se caminaba más y se realizaban actividades al aire libre, agrava esta situación. Hoy en día, muchas personas pasan largos períodos sentadas, lo que, combinado con el fácil acceso a productos ultraprocesados, constituye un cóctel perjudicial para la salud.
A pesar de que la mayoría de las personas son conscientes de los riesgos de los ultraprocesados, diversas razones hacen que sean la opción preferida al hacer la compra, como el precio y la falta de tiempo para cocinar. Esta situación demanda un enfoque colectivo para abordar la alimentación de manera más saludable tanto a nivel individual como comunitario.
Pequeños cambios, como comprar más frutas y verduras y limitar el consumo de alimentos ultraprocesados a ocasiones especiales, pueden ser un buen primer paso. Las instituciones también tienen un papel importante en esta transición, promoviendo opciones de alimentación más saludables en escuelas y otros espacios comunitarios.
El objetivo no es eliminar por completo los ultraprocesados, sino ajustar el equilibrio hacia una dieta compuesta mayoritariamente por alimentos frescos y nutritivos, reservando los productos ultraprocesados para momentos ocasionales. Este cambio puede marcar una diferencia significativa en la salud y bienestar de la población de la región, contribuyendo a un futuro más saludable y activo.
vía: Diario de Castilla-La Mancha

