La tarde del 14 de septiembre, el mar frente a Melilla reveló una nueva trama de inmigración irregular. El Servicio Marítimo de la Guardia Civil interceptó una embarcación ligera cerca del dique norte de Aguadú tras detectar movimientos inusuales. Aunque a primera vista parecía estar tripulada solo por un hombre, la situación ocultaba una realidad más compleja.
Los agentes, alertados por el dispositivo de vigilancia de costas, dieron la orden al patrón de detenerse. Sin embargo, su reacción fue una huida temeraria que escaló rápidamente, embistiendo la lancha de los guardias civiles y causando daños considerables. Este forcejeo en alta mar culminó cuando los uniformados lograron abordar la nave.
El registro de la embarcación reveló lo que el conductor intentaba ocultar: seis personas de origen magrebí, adultas y sin documentación, estaban apiñadas en un compartimento estrecho. Todos ellos recibieron asistencia y fueron trasladados conforme al protocolo, afortunadamente sin que se registraran lesiones. La embarcación, que tenía base en Melilla, fue confiscada.
El patrón fue arrestado como presunto autor de un delito de favorecimiento de la inmigración irregular, en virtud de las leyes que sancionan a quienes organizan o facilitan entradas ilegales en territorio español. Su negativa a obedecer a las autoridades y el choque intencionado podrían agravar su situación legal.
Este incidente se añade a la compleja realidad migratoria de Melilla, donde las rutas clandestinas y las interceptaciones son algo habitual. Solo unas semanas antes, otra patera había sido embestida por una patrullera en un operativo polémico que reavivó el debate sobre los métodos de control fronterizo.
Mientras tanto, las aguas del Mediterráneo siguen siendo el escenario de historias como esta, donde lanchas transportan sueños, patrones arriesgan sus vidas y fuerzas de seguridad intentan imponer orden en un mar lleno de desesperación.