En el verano de 2018, el trío pop Cariño —formado por María Talaverano, Paola Rivero y Alicia Ros— recibió una llamada que cambiaría su trayectoria. Apenas contaban con un videoclip en YouTube cuando les invitaron a tocar en un pequeño festival en Valencia, una iniciativa modesta pero ambiciosa, diseñada para derribar prejuicios. Este certamen, organizado por el colectivo Hits With Tits, había estado luchando por un espacio para bandas femeninas en una industria musical dominada por hombres. Su mensaje era rotundo: la falta de protagonismo de grupos femeninos no se debía a la ausencia de talento o público, sino a la escasez de oportunidades y visibilidad.
Este año, Cariño regresó al Truenorayo Fest —su actual denominación— como un referente del pop español. «Es nuestra forma de demostrar que teníamos razón», señala Ada Diez, cofundadora del festival junto a Lu Sanz. «Hace ocho años afirmamos que había interés por estas propuestas. Hoy, el escenario es la evidencia».
El Truenorayo no es un festival convencional. Nacido en Valencia —tras mudarse desde el Puerto de Sagunto—, se basa en tres pilares: feminismo, activismo LGTBIQ+ y autogestión radical. Su objetivo no es competir con los grandes festivales, sino ofrecer una alternativa. Su aforo es limitado, su presupuesto ajustado y su filosofía firme: ningún grupo cobra menos de lo justo. Este año agotaron entradas en tiempo récord, con un cartel que incluye a Aiko El Grupo, Repion, Las Petunias, Amor Líquido y Alba Reche (en un DJ set), además de promesas emergentes. La cofundadora Diez comenta que la promoción ha sido exclusivamente orgánica, “no tenemos dinero para más”, pero el boca a oreja y la lealtad del público han hecho su parte.
La clave, según sus creadoras, está en la coherencia. A diferencia de otros festivales que dependen de subvenciones inconstantes, el Truenorayo se sostiene con una estructura mínima: solo Diez y Sanz trabajan en él casi todo el año. «Somos un festival de resistencia», recalca Diez, incluso cuando las instituciones les retiran apoyos. En 2024, por ejemplo, perdieron otra subvención, pero decidieron seguir adelante.
El Truenorayo es más que música. Su identidad gráfica, diseñada por ilustradoras como Sara Herranz, es tan representativa como su propuesta musical. Además, este año se unió al colectivo TSC (Thrifted Saturdays Club) para organizar un mercadillo de moda local. Diez afirma: «Queremos que el festival sea un espacio cómodo y diverso».
Hay espacio también para las historias que casi se pierden. Como la vez que Rosalía les propuso actuar antes de alcanzar la fama con El mal querer, pero ya tenían el cartel cerrado y el presupuesto definido. «No nos arrepentimos», comentan. Optan por preservar su esencia en lugar de ceder ante presiones comerciales.
Hoy, el festival se erige como un oasis en un sistema rígido. Artistas y representantes lo reconocen: «Bandas nos piden adaptarse para tocar aquí. Quieren ser parte de esto». Diez lo resume de esta manera: «Hacemos el festival al que nosotras querríamos ir». Un lugar donde la música, la lucha y la comunidad son inseparables.