En la vibrante escena gastronómica de España, donde la innovación encuentra el sabor en cada esquina, un mítico bar de tapas en Granada ha capturado la atención de propios y extraños gracias a su propuesta culinaria XXL y una bebida que sigue triunfando entre sus visitantes. Este local, situado lejos de la concurrida La Latina o Arganzuela en Madrid, se ha consolidado como el mejor destino para los amantes del tapeo, ofreciendo delicias a precios accesibles sin sacrificar la calidad ni la creatividad.
Entre las tapas que han sido objeto de reinterpretación creativa manteniendo el respeto por lo tradicional, se encuentran clásicos como la ensaladilla rusa y las patatas bravas. Sin embargo, es la tortilla de patatas la que continúa afianzándose como un pilar de la identidad gastronómica española, por su simplicidad y el cuidado en su elaboración.
En este contexto de revolución culinaria, una tapa en particular ha empezado a sobresalir por su simpleza y autenticidad: las tostas de patatas cocidas y calamares. Este platillo, con una base de ingredientes mínima, ha conquistado las barras de muchos bares gracias a su textura y sabor únicos, capaces de transportar al comensal a una experiencia culinaria sin precedentes.
La preparación de esta tapa comienza con la cocción de las patatas con piel hasta alcanzar la suavidad deseada; posteriormente, se pelan y se cortan en rodajas finas o se aplastan levemente, lo que permite conservar su textura y facilita su integración con el pan sin formar una capa homogénea como en un puré. El pan rústico, por su parte, se corta en rebanadas y se tuesta ligeramente, pudiendo frotarse con ajo para quienes buscan un sabor más intenso. Los calamares, limpios y cortados en tiras, se saltean rápidamente en aceite de oliva hasta dorarlos, asegurando que se mantengan jugosos.
Para el montaje, las patatas se colocan uniformemente sobre el pan, seguidas por los calamares salteados. La tosta se adereza con sal en escamas, pimienta negra y un toque de zumo de limón. Algunos bares optan por añadir alioli, aunque la versión más clásica deslumbra sin necesidad de aditamentos. Un espolvoreado de perejil fresco realza el aroma y el color de la tapa, la cual se puede servir caliente o templada, convirtiéndose así en un testimonio de la capacidad del país para reinventar su rica tradición culinaria sin renunciar a sus raíces.
