La Guardia de Toledo recupera el orgullo de las familias que un día habitaron sus tradicionales cuevas

Higinia, última ‘cuevera’ en conservar el que fue su hogar de la Cañadilla y vecina de La Guardia (Toledo), recuerda que en estas excavaciones llegaron a vivir más de 500 ciudadanos. Desde el otro lado de la carretera de Andalucía, en el Paseo del Sur del municipio toledano aún se pueden ver las cuevas que un día estuvieron llenas de familias.

Ahora parte de esas cuevas se encuentran entre andamios y contenedores de escombros. No es porque estén desatendidas, sino porque el Ayuntamiento ha decidido poner fin a su abandono para restaurar una de las zonas más características del pueblo, esta vez como museo y casas rurales.

Hace no tanto tiempo, unos 70 años, en la generación de nuestros abuelos, llegó a haber hasta 590 habitantes en estas cuevas guardiolas del barrio de la Cañadilla, de las cuales sólo una de ellas conserva su estructura y mobiliario original, según explica Higinia, última ‘cuevera’ al sur del pueblo.

«Estamos hablando de la época del siglo XVII-XVIII, en el caso de La Guardia se necesitan jornaleros que no tienen recursos para construirse una casa y, dada la naturaleza del cerro, empiezan a excavar las primeras cuevas», comenta a Europa Press el historiador local, Fernando Guzmán.

Son viviendas que a menudo se limitaban a una cocina, una cuadra –para el que tuviera la suerte de poseer animales–, un dormitorio principal para el matrimonio e hijos pequeños y un segundo habitáculo para los hijos mayores, que a menudo servía de almacén.

Estos espacios fueron ocupados y mantenidos por mujeres ‘cueveras’ como Higinia durante décadas y sus habitaciones han visto parir a madres y animales en estancias contiguas.

Con el paso del tiempo, y tal vez por sentirse avergonzados de unos años en los que cientos de guardiolos viviesen en estas infraviviendas de las entrañas de la tierra, los diferentes equipos de Gobierno que rotaron por el Ayuntamiento fueron tapando con escombros estos lugares hasta quedar en la actualidad unas cuantas de lo que serían las Cuevas del Arrabal, las Cuevas de Palacio, y por supuesto las Cuevas de la Cañadilla, donde se encuentra la de Higinia.

HASTA 200 CUEVAS

De las 200 cuevas que pudieron llegar a coexistir, estas cuatro son las supervivientes que el Ayuntamiento ha querido volver a rescatar, y el resto permanecen sepultadas bajo la colina donde se ubica el pueblo.

Son espacios de 35 a 40 metros cuadrados divididos en tres o cuatro estancias como mucho y de techos bajos, pues sus habitantes –con una media de 1,60 metros de altura en la época– dejaban de picar en cuanto podían entrar en la gruta.

Recurrieron al interior de los montes «porque entonces no había nada, la gente no tenía ni casa ni dinero», explica Higinia desde el oscuro vestíbulo encuadrado en la ladera.

Sobre sus lujos, señala que las familias ‘cueveras’ tampoco contaban con luz ni agua, sino con «un quinqué y un candil que es con lo que se lucían». Más tarde, en cada casa se instaló una bombilla, habitualmente en el salón, a la que llamaban «la chicharra».

De hecho, al no haber aseos se lavaban con una palangana y con un barreño, «como toda la vida, porque no había servicios para nadie», asegura Higinia. Tampoco había calefacción, pero la chimenea del diminuto salón servía como cobijo y lugar de reunión durante las frías tardes de invierno.

Algunos habitantes de las cuevas también contaban con el calor procedente de las cuadras, que muchas veces se ubicaban en el interior de la vivienda colindante a las alcobas.

Hasta los años 70 la gente estuvo viviendo en este tipo de edificaciones, época en la que se construyó un poblado de absorción que permitió a los pueblerinos trasladarse definitivamente al barrio de ‘Las Casitas’.

CUEVAS MUSEO TOLEDANAS

Ahora, las cuevas podrán abrirse al público para recuperar una forma de arquitectura muy propia de La Guardia, una construcción civil característica de familias humildes.

El proyecto, cuya idea se fraguó hace una década, supera los 100.000 euros invertidos y avanza lentamente a base de ayudas de la Diputación de Toledo y de fondos europeos del programa Leader para el desarrollo rural a través de la Asociación Don Quijote de la Mancha, ubicada en Ocaña.

Actualmente, un taller de recualificación para el empleo se ocupa de estos espacios, y al mismo tiempo que se le enseña a los alumnos a desenvolverse en un oficio que no era el suyo, se consigue avanzar en la obra.

La cueva museo contará con un reportaje fotográfico a modo de panel informativo en el exterior de la misma y las distintas habitaciones mantendrán los muebles de la época, así como una colección de los utensilios que aquellas familias usaban en su día a día en el campo, la cocina y la casa.

En cuanto a la inauguración, desde la Alcaldía esperan que la finalización de las reformas se dé en 2023 y se pueda sacar a concurso para la posterior explotación del alojamiento rural, tal y como explica a Europa Press el alcalde, Francisco Javier Pasamontes.

De esta forma, la experiencia incluiría una visita a través del interior de estas cuevas características manchegas y la opción de poder dormir en una de ellas, esta vez con luz eléctrica, agua corriente y las comodidades actuales.

Sin duda, un proyecto que revierte las raíces guardiolas y que pretende mostrar al público una huella del pasado castellanomanchego a la vez que ofrece una experiencia turística única en la Comunidad Autónoma.

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